El Mundo de las Religiones N° 40, marzo-abril de 2010 —

La decisión de Benedicto XVI de continuar el proceso de beatificación del Papa Pío XII ha desatado una amplia controversia que ha dividido tanto al mundo judío como al cristiano. El presidente de la comunidad rabínica de Roma boicoteó la visita del Papa a la Gran Sinagoga de Roma en protesta por la actitud pasiva de Pío XII ante la tragedia del Holocausto.

Benedicto XVI justificó una vez más la decisión de canonizar a su predecesor, argumentando que no podía condenar más abiertamente las atrocidades cometidas por el régimen nazi sin correr el riesgo de represalias contra los católicos, de los cuales los judíos, muchos de los cuales se ocultaban en conventos, habrían sido las primeras víctimas. El argumento es totalmente válido. El historiador Léon Poliakov ya lo había señalado en 1951, en la primera edición del Breviario del Odio, el Tercer Reich y los Judíos: «Es doloroso constatar que durante toda la guerra, mientras las fábricas de muerte funcionaban a toda máquina, el papado permaneció en silencio. Sin embargo, hay que reconocer que, como ha demostrado la experiencia a nivel local, las protestas públicas podían ser seguidas inmediatamente por sanciones despiadadas».

Pío XII, buen diplomático, intentó contentar a ambas partes: apoyó en secreto a los judíos, salvando directamente la vida de miles de judíos romanos tras la ocupación alemana del norte de Italia, al tiempo que evitaba condenar directamente el Holocausto para no romper el diálogo con el régimen nazi y evitar una reacción brutal. Esta actitud puede describirse como responsable, racional, prudente e incluso sabia. Pero no es en absoluto profética ni refleja las acciones de un santo. Jesús murió en la cruz por haber permanecido fiel a su mensaje de amor y verdad hasta el final.

Tras él, los apóstoles Pedro y Pablo dieron su vida porque no renunciaron a proclamar el mensaje de Cristo ni a adaptarlo a las circunstancias por razones diplomáticas. ¿Imaginen si hubieran sido papas en lugar de Pío XII? Es difícil imaginarlos aceptando el régimen nazi, sino más bien decidiendo morir deportados con esos millones de inocentes. Este es el acto de santidad, de trascendencia profética que, en circunstancias tan trágicas de la historia, cabría esperar del sucesor de Pedro. Un papa que da su vida y le dice a Hitler: «Prefiero morir con mis hermanos judíos antes que condonar esta abominación».

Ciertamente, las represalias habrían sido terribles para los católicos, pero la Iglesia habría enviado un mensaje de una fuerza sin precedentes al mundo entero. Los primeros cristianos fueron santos porque antepusieron su fe y amor al prójimo a sus propias vidas. Pío XII será canonizado por ser un hombre piadoso, un buen administrador de la Curia Romana y un diplomático astuto. Esta es la brecha que existe entre la Iglesia de los Mártires y la Iglesia postconstantiniana, más preocupada por preservar su influencia política que por dar testimonio del Evangelio.

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