El mundo de las religiones, enero-febrero de 2008 —
La historia se desarrolla en Arabia Saudita. Una mujer casada de 19 años se encuentra con un amigo de la infancia. Este la invita a subir a su coche para tomarse una foto con ella. Siete hombres llegan y los secuestran. Agreden al hombre y violan a la mujer varias veces. La mujer presenta una denuncia. Los violadores son condenados a penas leves de prisión, pero la víctima y su amiga también son condenadas por el tribunal a recibir 90 latigazos por estar solas y en privado con una persona del sexo opuesto que no es miembro de su familia inmediata (este delito se denomina khilwa en la ley islámica, Sharia). La joven decide apelar, contrata un abogado y hace público el caso. El 14 de noviembre, el tribunal aumenta su condena a 200 latigazos y la condena adicionalmente a seis años de prisión. Un funcionario del Tribunal General de Qatif, que dictó el veredicto el 14 de noviembre, explicó que el tribunal había aumentado la condena de la mujer debido a "su intento de inflamar la situación e influir en el poder judicial a través de los medios de comunicación". El tribunal también acosó a su abogado, impidiéndole llevar el caso y confiscándole su licencia profesional. Human Rights Watch y Amnistía Internacional han asumido el caso y están intentando intervenir ante el rey Abdullah para que anule la injusta decisión del tribunal. ¿Quizás lo consigan? Pero por una mujer que tuvo el coraje de rebelarse y hacer pública su trágica historia, ¿cuántas otras son violadas sin atreverse jamás a presentar una denuncia por miedo a ser acusadas de seducir al violador o de mantener relaciones pecaminosas con un hombre que no era su marido? La situación de las mujeres en Arabia Saudí, al igual que en Afganistán, Pakistán, Irán y otros países musulmanes que aplican estrictamente la sharia, es intolerable.
En el contexto internacional actual, cualquier crítica de las ONG o gobiernos occidentales se percibe como una injerencia inaceptable, no solo por parte de las autoridades políticas y religiosas, sino también de un sector de la población. Por lo tanto, la situación de la mujer en los países musulmanes no tiene ninguna posibilidad de progresar realmente a menos que la opinión pública de estos países también reaccione. El caso que acabo de describir tuvo amplia repercusión y causó cierta conmoción en Arabia Saudita. Así pues, es gracias a la excepcional valentía de ciertas mujeres víctimas de injusticia, pero también de hombres sensibles a su causa, que las cosas cambiarán. Inicialmente, estos reformistas pueden apoyarse en la tradición para demostrar que existen otras lecturas e interpretaciones del Corán y la sharia, que otorgan un lugar mejor a las mujeres y las protegen más de la arbitrariedad de una ley machista.
Esto es lo que ocurrió en Marruecos en 2004 con la reforma del código de familia, lo cual constituye un avance considerable. Pero una vez dado este primer paso, los países musulmanes no escaparán a un cuestionamiento más profundo: la verdadera emancipación de la mujer de un concepto y una ley religiosa desarrollados hace siglos en sociedades patriarcales que no admitían la igualdad entre hombres y mujeres. El secularismo ha permitido esta revolución de mentalidades extremadamente reciente en Occidente. Sin duda, la emancipación definitiva de la mujer en territorios islámicos también requerirá una separación total de la religión y la política.