El Mundo de las Religiones N° 59 – Mayo/Junio 2013 –
Llamado a comentar el evento en directo por France 2, al descubrir que el nuevo papa era Jorge Mario Bergoglio, mi reacción inmediata fue decir que se trataba de un evento verdaderamente espiritual. La primera vez que oí hablar del arzobispo de Buenos Aires fue unos diez años antes, por boca del Abbé Pierre. Durante un viaje a Argentina, le impresionó la sencillez de este jesuita que había abandonado el magnífico palacio episcopal para vivir en un modesto apartamento y que con frecuencia iba solo a los barrios marginales.
La elección del nombre Francisco, evocando al Poverello de Asís, no hizo más que confirmar que estábamos a punto de presenciar un profundo cambio en la Iglesia católica. No un cambio de doctrina, ni probablemente de moral, sino en la propia concepción del papado y en la forma de gobierno de la Iglesia. Presentándose ante los miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro como «el Obispo de Roma» y pidiendo a la multitud que rezara por él antes de rezar con ellos, Francisco demostró en pocos minutos, mediante numerosos gestos, que pretendía volver a una concepción humilde de su cargo. Una concepción que evoca la de los primeros cristianos, que aún no habían convertido al Obispo de Roma no solo en la cabeza universal de toda la cristiandad, sino también en un verdadero monarca al frente de un Estado temporal.
Desde su elección, Francisco ha multiplicado sus actos de caridad. Ahora se plantea la pregunta de hasta dónde llegará en el inmenso proyecto de renovación de la Iglesia que le espera. ¿Reformará finalmente la Curia Romana y el Banco Vaticano, sacudidos por escándalos durante más de 30 años? ¿Implementará un modelo colegial de gobierno eclesiástico? ¿Intentará mantener el estatus actual del Estado Vaticano, legado de los antiguos Estados Pontificios, que contradice flagrantemente el testimonio de Jesús sobre la pobreza y su rechazo al poder temporal? ¿Cómo afrontará también los desafíos del ecumenismo y el diálogo interreligioso, temas que le interesan profundamente? E incluso el de la evangelización, en un mundo donde la brecha entre el discurso eclesial y la vida de las personas, especialmente en Occidente, sigue ensanchándose? Una cosa es cierta: Francisco posee el corazón, la inteligencia e incluso el carisma necesarios para llevar este gran aliento del Evangelio al mundo católico y más allá, como lo demuestran sus primeras declaraciones a favor de una paz mundial basada en el respeto a la diversidad de culturas e incluso a toda la creación (¡por primera vez, sin duda, los animales tienen un papa que se preocupa por ellos!). Las violentas críticas que recibió al día siguiente de su elección, acusándolo de connivencia con la antigua junta militar cuando era un joven superior de los jesuitas, cesaron pocos días después, especialmente después de que su compatriota y Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel —encarcelado durante 14 meses y torturado por la junta militar— afirmara que el nuevo papa, a diferencia de otros eclesiásticos, no tenía «ninguna conexión con la dictadura». Francisco, por lo tanto, se encuentra en un estado de gracia que puede llevarlo a realizar acciones audaces. Siempre y cuando no corra la misma suerte que Juan Pablo I, quien tantas esperanzas despertó antes de morir misteriosamente menos de un mes después de su elección, Francisco, sin duda, no se equivoca al pedir a los fieles que recen por él.