El Mundo de las Religiones N.° 53 – Mayo/Junio 2012 —
Hoy, es el momento de la búsqueda de identidad, del redescubrimiento de las propias raíces culturales, de la solidaridad comunitaria. Y, por desgracia, cada vez más, también del repliegue en uno mismo, del miedo al otro, de la rigidez moral y del dogmatismo estrecho. Ninguna región del mundo, ninguna religión, escapa a este vasto movimiento global de retorno a la identidad y a las normas. De Londres a El Cairo, pasando por Delhi, Houston o Jerusalén, es, sin duda, el momento de las mujeres con velo o peluca, de los sermones rigurosos, del triunfo de los guardianes del dogma. Contrariamente a lo que experimenté a finales de los años setenta, los jóvenes que aún se interesan por la religión lo hacen, en su mayoría, menos por un deseo de sabiduría o una búsqueda de autodescubrimiento que por la necesidad de puntos de referencia sólidos y el deseo de anclarse en la tradición de sus padres.
Afortunadamente, este movimiento no es inevitable. Nació como antídoto a los excesos de la globalización descontrolada y la brutal individualización de nuestras sociedades. Fue también una reacción al liberalismo económico deshumanizante y a la rápida liberalización de la moral. Por lo tanto, estamos presenciando un clásico vaivén del péndulo. Tras la libertad, la ley. Tras el individuo, el grupo. Tras los sueños utópicos de cambio, la seguridad de los modelos del pasado.
Reconozco sin reservas que hay algo saludable en este retorno a la identidad. Tras un exceso de individualismo libertario y consumista, conviene redescubrir la importancia de los lazos sociales, de la ley, de la virtud. Lo que deploro es la naturaleza excesivamente rigurosa e intolerante de la mayoría de los retornos actuales a la religión. Se puede reincorporarse a una comunidad sin caer en el comunitarismo; adherirse al mensaje ancestral de una gran tradición sin volverse sectario; querer llevar una vida virtuosa sin ser moralista.
Ante estas rigideces, afortunadamente existe un antídoto interno contra las religiones: la espiritualidad. Cuanto más profundicen los creyentes en su propia tradición, más descubrirán tesoros de sabiduría capaces de conmover sus corazones y abrir sus mentes, recordándoles que todos los seres humanos son hermanos y hermanas, y que la violencia y el juicio ajeno son ofensas más graves que la transgresión de las normas religiosas. El desarrollo de la intolerancia religiosa y el comunitarismo me preocupa, pero no las religiones como tales, que sin duda pueden producir lo peor, pero también traer lo mejor.