El Mundo de las Religiones N.° 50 – Noviembre/Diciembre 2011 —

¿Se producirá el fin del mundo el 21 de diciembre de 2012? Durante mucho tiempo, ignoré la famosa profecía atribuida a los mayas. Pero, desde hace varios meses, mucha gente me ha preguntado al respecto, a menudo asegurándome que sus hijos adolescentes están ansiosos por la información que leen en internet o afectados por 2012, la película de desastres de Hollywood. ¿Es auténtica la profecía maya? ¿Existen otras profecías religiosas sobre el inminente fin del mundo, como las que podemos leer en la web? ¿Qué dicen las religiones sobre el fin de los tiempos? El dossier de este número responde a estas preguntas. Pero el éxito de este rumor en torno al 21 de diciembre de 2012 plantea otra: ¿cómo podemos explicar la ansiedad de muchos de nuestros contemporáneos, la mayoría de ellos no religiosos, y para quienes tal rumor parece plausible? Veo dos explicaciones.

En primer lugar, vivimos en una época particularmente angustiosa, donde el hombre se siente como si estuviera a bordo de un coche de carreras del que ha perdido el control. De hecho, ninguna institución, ningún Estado parece capaz de frenar la carrera hacia lo desconocido —y quizás hacia el abismo— al que nos arrojan la ideología consumista y la globalización económica, bajo la égida del capitalismo ultraliberal: aumentos drásticos de la desigualdad; desastres ecológicos que amenazan a todo el planeta; especulación financiera descontrolada que debilita la economía mundial, que se ha globalizado. A esto se suman las perturbaciones en nuestros estilos de vida que han convertido al hombre occidental en una persona amnésica y desarraigada, pero igualmente incapaz de proyectarse hacia el futuro. Sin duda, nuestros estilos de vida han cambiado más durante el último siglo que en los tres o cuatro milenios anteriores. El europeo del pasado vivía principalmente en el campo, era un observador de la naturaleza, arraigado en un mundo rural lento y solidario, así como en tradiciones milenarias. Lo mismo ocurrió con el hombre en la Edad Media o en la Antigüedad. El europeo de hoy es predominantemente urbano; se siente conectado con todo el planeta, pero carece de fuertes vínculos locales; lleva una existencia individualista a un ritmo frenético y, en la mayoría de los casos, se ha desconectado de las tradiciones ancestrales de sus antepasados. Sin duda, debemos remontarnos a finales del Neolítico (unos 10.000 años antes de nuestra era en Oriente Próximo y unos 3.000 años antes de nuestra era en Europa), cuando los hombres abandonaron la vida nómada de cazadores-recolectores y se asentaron en aldeas desarrollando la agricultura y la ganadería, para encontrar una revolución tan radical como la que estamos experimentando actualmente. Esto no deja de tener profundas consecuencias para nuestra psique. La velocidad con la que se ha producido esta revolución está generando incertidumbre, pérdida de puntos de referencia fundamentales y precariedad en los vínculos sociales. Es fuente de preocupación, ansiedad y una sensación confusa de fragilidad tanto de los individuos como de las comunidades humanas, de ahí una mayor sensibilidad a los temas de destrucción, dislocación y aniquilación.

Una cosa me parece cierta: no estamos experimentando los síntomas del fin del mundo, sino el fin de un mundo. El del mundo tradicional, milenario, que acabo de describir, con todos los patrones de pensamiento asociados, pero también el del mundo ultraindividualista y consumista que lo sucedió, en el que aún estamos inmersos, que muestra tantos signos de agotamiento y muestra sus verdaderos límites para el verdadero progreso del hombre y la sociedad. Bergson dijo que necesitaríamos un "suplemento de alma" para afrontar los nuevos desafíos. De hecho, podemos ver en esta profunda crisis no solo una serie de catástrofes ecológicas, económicas y sociales anunciadas, sino también la oportunidad de un salto adelante, una renovación humanista y espiritual, mediante un despertar de la conciencia y un sentido más agudo de la responsabilidad individual y colectiva.