MDR62El Mundo de las Religiones N° 62 – Noviembre/Diciembre 2013 –

Sobre el tema de los milagros, no conozco ningún texto tan profundo y esclarecedor como la reflexión que Spinoza nos ofrece en el capítulo 6 del Tratado Teológico-Político. «Así como los hombres llaman divina a cualquier ciencia que sobrepasa el alcance de la mente humana, ven la mano de Dios en todo fenómeno cuya causa es generalmente desconocida», escribe el filósofo holandés. Ahora bien, Dios no puede actuar al margen de las leyes de la naturaleza que él mismo ha establecido. Si existen fenómenos inexplicables, estos nunca contradicen las leyes naturales, sino que nos parecen «milagrosos» o «prodigiosos» porque aún tenemos un conocimiento limitado de las complejas leyes de la naturaleza. Spinoza explica así que las maravillas relatadas en las Escrituras son legendarias o resultado de causas naturales que escapan a nuestra comprensión: este es el caso del Mar Rojo, del que se dice que se abrió bajo el efecto de un viento impetuoso, o de las curaciones de Jesús, que movilizan recursos aún desconocidos para el cuerpo o la mente humanos. El filósofo emprende entonces una deconstrucción política de la creencia en los milagros y denuncia la "arrogancia" de quienes así pretenden demostrar que su religión o su nación "es más querida por Dios que todas las demás". La creencia en los milagros, entendida como fenómenos sobrenaturales, no solo le parece una "estupidez" contraria a la razón, sino también contraria a la verdadera fe, y que la perjudicaría: "Si, por lo tanto, ocurriera en la naturaleza un fenómeno que no se ajustara a sus leyes, habría que admitir necesariamente que es contrario a ellas y que invierte el orden que Dios estableció en el universo al otorgarle leyes generales para regularlo eternamente. De lo cual debemos concluir que la creencia en los milagros debería conducir a la duda universal y al ateísmo".

Escribo este editorial con mucha emoción, ya que es el último. Llevo casi diez años al frente de Le Monde des Religions. Ha llegado el momento de ceder el relevo y dedicarme por completo a mis proyectos personales: libros, obras de teatro y, pronto, espero, una película. He disfrutado enormemente de esta excepcional aventura editorial y les agradezco de corazón su lealtad, que ha permitido que este periódico se convierta en una auténtica referencia en materia religiosa en todo el mundo francófono (se distribuye en dieciséis países francófonos). Espero sinceramente que sigan vinculados a él, y me complace confiar la dirección a Virginie Larousse, redactora jefe, quien posee un excelente conocimiento de las religiones y una amplia experiencia periodística. En su tarea, contará con la ayuda de un comité editorial compuesto por varias personalidades que conocen bien. Estamos trabajando juntos en una nueva fórmula que descubrirán en enero y que ella misma les presentará en el próximo número.

Mis mejores deseos para todos.


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