El mundo de las religiones, julio-agosto de 2005.
Harry Potter, El Código Da Vinci, El Señor de los Anillos, El Alquimista: los mayores éxitos literarios y cinematográficos de la última década tienen algo en común: satisfacen nuestra necesidad de lo maravilloso. Salpicados de enigmas sagrados, fórmulas mágicas, fenómenos extraños y secretos terribles, satisfacen nuestro gusto por el misterio, nuestra fascinación por lo inexplicable. Porque esta es la paradoja de nuestra ultramodernidad: cuanto más progresa la ciencia, más necesitamos sueños y mitos. Cuanto más descifrable y racionalizable parece el mundo, más buscamos restaurar su aura mágica. Actualmente, asistimos a un intento de reencantar el mundo... precisamente porque el mundo ha sido desencantado. Carl Gustav Jung lo explicó hace medio siglo: los seres humanos necesitan la razón tanto como la emoción, la ciencia como el mito, los argumentos como los símbolos. ¿Por qué? Simplemente porque él no es solo un ser de razón. También conecta con el mundo a través de su deseo, su sensibilidad, su corazón, su imaginación. Se nutre tanto de sueños como de explicaciones lógicas, de poesía y leyendas tanto como de conocimiento objetivo. El error del cientificismo europeo heredado del siglo XIX (más que de la Ilustración) fue negar esto. Creímos poder erradicar la parte irracional del hombre y explicarlo todo según la lógica cartesiana. Despreciamos la imaginación y la intuición. Relegamos el mito al rango de fábula infantil. Las iglesias cristianas siguieron en parte la crítica racionalista. Favorecieron un discurso dogmático y normativo —que apelaba a la razón— en detrimento de la transmisión de una experiencia interior —vinculada al corazón— o de un conocimiento simbólico que habla a la imaginación.
Así que hoy presenciamos el regreso de lo reprimido. Los lectores de Dan Brown son esencialmente cristianos que buscan en sus thrillers esotéricos el elemento de misterio, mito y símbolos que ya no encuentran en sus iglesias. Los fans de El Señor de los Anillos, al igual que los ávidos lectores de Bernard Werber, suelen ser jóvenes adultos con una buena formación científica y técnica, pero que también buscan mundos mágicos inspirados en mitologías distintas a las de nuestras religiones, de las que se han distanciado seriamente.
¿Deberíamos preocuparnos por este regreso del mito y la maravilla? Ciertamente no, siempre que no constituya, a su vez, un rechazo de la razón y la ciencia. Las religiones, por ejemplo, deberían conceder más importancia a esta necesidad de emoción, misterio y simbolismo, sin renunciar a la profundidad de la enseñanza moral y teológica. Los lectores de El Código Da Vinci pueden dejarse llevar por la magia del romance y la de los grandes mitos del esoterismo (el secreto de los Templarios, etc.), sin tomar las tesis del autor al pie de la letra ni refutar el conocimiento histórico en nombre de una teoría de la conspiración completamente ficticia. En otras palabras, se trata de encontrar el equilibrio adecuado entre el deseo y la realidad, la emoción y la razón. El hombre necesita la maravilla para ser plenamente humano, pero no debe confundir sus sueños con la realidad.
El mundo de las religiones, julio-agosto de 2005.