Revista Psicologías, febrero de 2002 —

¿Introduciremos una enseñanza específica de la historia de las religiones en las escuelas públicas? Jack Lang, ministro de Educación Nacional, acaba de encomendar a Régis Debray la misión de reflexionar sobre esta delicada cuestión. El ex revolucionario, un laicista acérrimo y republicano, ya se ha declarado a favor. En este punto, coincido plenamente con él. Las religiones son un hecho cultural fundamental en la historia de la humanidad. Una parte considerable de nuestro patrimonio artístico, lingüístico, intelectual e histórico es incomprensible sin este conocimiento. Hace unos años, «Télérama» publicó una encuesta que revelaba una profunda amnesia entre los jóvenes sobre este tema. A la pregunta: «¿Qué es la Trinidad?», la mayoría
respondió: «¡Una estación de metro!». Iré más allá: las doctrinas religiosas desempeñaron un papel esencial en los debates intelectuales de la Antigüedad, la Edad Media y el Renacimiento. La historia de las ideas en todo el mundo es impenetrable para quienes desconocen los principales temas religiosos.

¿Deberíamos recordar también, y los acontecimientos recientes lo han ilustrado tristemente, que la religión sigue desempeñando un papel central en muchas regiones del mundo? El conocimiento de las religiones es esencial para una buena comprensión del mundo, la historia y las culturas. ¿De qué se trata exactamente? No de enseñar una especie de catecismo como en las escuelas religiosas privadas. ¡A nadie se le ocurriría pedir a sacerdotes, rabinos o imanes que vengan a adoctrinar a los estudiantes de la República! Se trataría de ajustar los programas de historia para que otorguen un lugar más importante al estudio de las religiones comparadas, o de enseñar la historia de las religiones como una asignatura independiente, al mismo nivel que la filosofía.

La primera solución es obviamente más sencilla de implementar. Sin embargo, corre el riesgo de ser insatisfactoria, ya que los profesores de historia no han recibido la formación adecuada, y es difícil imaginar cómo se pueda integrar información tan compleja sin la formación adecuada. El segundo escenario aborda este problema, pero también presenta un inconveniente importante: requeriría la creación de un CAPES (Certificado de Cualificación Profesional) y la agregación de la historia de las religiones, algo para lo cual la mentalidad del profesorado y del Ministerio de Educación Nacional no parecen estar preparados.

Sin embargo, quienes, en nombre del secularismo, rechazan la enseñanza específica de religiones en escuelas laicas se equivocan de siglo. Las batallas entre clérigos y anticlericales ya no tienen razón de ser. Incluso diría que un conocimiento objetivo y despreocupado de las religiones despertará en los niños un espíritu crítico que les permitirá luchar con discernimiento contra todo oscurantismo o fundamentalismo. ¡Las instituciones religiosas tienen más que temer de tal enseñanza que la república!

Febrero de 2002